Por Miguel Angel Pichardo Reyes
Desde la primera vez que hice Ejercicios Espirituales (1996) quede convencido de que este método espiritual tenía algo de terapéutico. Sin embargo, mis intuiciones quedaron sepultadas después de muchos años al escuchar, de boca de varios jesuitas directores de Ejercicios, que esto no era psicoterapia, y mucho menos, un grupo terapéutico, y que en este sentido, no tenía la intención de curar o tratar una enfermedad mental. Aunque mis posteriores experiencias de Ejercicios Espirituales, incluyendo la de mes en silencio, me confirmaban esta postura antiterapéutica, seguía albergando dentro de mi una pequeña intuición de que en este método se jugaba algo de la subjetividad, y no sólo de la neurosis, sino del deseo, el goce, y fundamentalmente, del inconsciente.
Fue primero un artículo de Michel De Certeau el que me confirmo aquella intuición desinformada de que en aquello que se hacía o deshacía con el método de San Ignacio de Loyola se realizaba una transformación a través de pasajes, de una articulación del deseo en el discurso subjetivo del ejercitante. Pero fue mi experiencia personal de Ejercicios de mes y una posterior reflexión e investigación lo que me llevo a confirmar, y a su vez, a retractar, el aspecto terapéutico de este dispositivo espiritual. Digo a retractar, porque mi intuición primera fue la de pensar una psico-terapia, lo cual quedo completamente descartado, y sin embargo, la confirmación terapéutica vino por otro lado, fue precisamente Javier Melloni quién a través de su mistagogía me vino a sugerir el punto sobre el cual recaería la función terapéutica. No se trataba de la psique, sino del pneuma, esto es, no es una terapia de la mente, sino una terapia del espíritu: una pneumoterapia.
El encuentro con la obra de Javier Melloni me hizo desempolvar mi memoria y retroceder hacia una primera experiencia de terapia psicoespiritual con el P. Manuel Miéres allá por el año de 1994 en la Ciudad de México, se trataba de la psicoespiritualidad integrativa inspirada por el antropólogo jesuita Carlos Cabarrús, quién integraba la espiritualidad ignaciana con el Eneagrama (Naranjo, Riso, Palmer), el Focusing (Gedlin), la bioenergética (Reich, Lowen), el perdón, el discernimiento, los sueños, la oración, entre otras cosas.
La pneumoterapia ignaciana, término con el cual aludimos a la dimensión y función terapéutica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, hunde sus raíces en la tradición espiritual (y filosófica), tanto cristiana, judía y pagana, de oriente y occidente. Será la imagen del Jesús que Sana y que Salva, la práctica de los llamados “terapeutas del desierto”, así como los Padres latinos y los Padres del desierto orientales, sobre los que se puede apelar para comprender esta dimensión y función terapéutica en los Ejercicios del Peregrino.