jueves, 18 de diciembre de 2008

Lo real-traumático en la conversión de San Ignacio de Loyola

Por Miguel Angel Pichardo Reyes

Existe un momento traumático constitutivo en la conversión de S. Ignacio sobre el cual estará girando su discurso, bordeándolo de tal forma que intentara colocar un significante que aborde directamente ese núcleo insalvable; radicalmente imposible. Proceso de simbolización, siempre parcial, accesoria y provisional. Intento fallido en tanto que ese núcleo traumático se resiste a la reducción del significante.

El trauma ignaciano por excelencia consiste en la incógnita que se desprende de la irrupción de un real (bala de cañón) que viene a romper aquello que pendía de un hilo: el mundo de vida que soportaba al sujeto. Esa ruptura, por lo tanto, no sólo es de la pierna de S. Ignacio, sino de todo aquello sobre lo que se fundaba y sostenía todo su edificio ideológico, el cual ya había sido varias veces minado y siempre resistido desde su férrea voluntad.

Esta ruptura lo es también de su argumento, de tal forma que en esa irrupción de lo real traumático el argumento deja lugar a un vacío terrorífico donde el sujeto queda suspendido, de alguna forma, des-sujetado, arrancado de aquel espacio simbólico que hasta ahora le proporcionaba un lugar, una identidad y un argumento frente al acoso de la falta constitutiva en su ser, expresado freudianamente en el malestar en la cultura.

A partir de este momento Ignacio es arrojado a la diáspora del circuito simbólico que le había dado nombre. Ahora tiene la imposible labor de significar, resignificar y simbolizar aquel real traumático imposible que lo dislocó, que lo arrojó, que lo suspendió en el terror de lo indecible, de lo ominoso, extrañamente materializado en aquella carnicería que se realizó sobre su pierna. Aquel caballero, gentilhombre, cortesano, dado a la vanidad y las armas, ahora tendrá que reconstruir un nuevo discurso, ya no desde los traumas, heridas y carencia infantiles, sino alrededor de este real que condensa todos aquellos traumas en una intromisión que será posteriormente significada (en la historia de la Compañía) como un designio divino, como una causalidad teleológica orientada hacia un fin trascendental.

La subjetividad de S. Ignacio en este momento traumático fue desinstalada, esto es, el impacto traumático de lo real sobre su subjetividad fue fracturada, dejando una estela de desastres psíquicos que colocan al sujeto en una posición de damnificado: de vulnerabilidad y desamparo simbólico.

En S. Ignacio no sólo algo se quebró, sino que algo se perdió. Esto es de suma importancia en tanto que esta sensación de quiebre y de pérdida lo es ante todo de una forma de subjetividad. Lo que se pierde y se quiebra no existe afuera del sujeto, aunque este pueda tener una serie de referentes objetivos, que el caso de S. Ignacio lo fue su pierna y su futuro. Pero a lo que nos referimos se encuentra, no tanto en el interior de S. Ignacio, sino en su ser mismo, en la forma y figura de su subjetividad. De tal forma que esto que se fractura y se pierde no es algo interno o algo externo, que también lo es, sino que es fundamentalmente la forma misma de su subjetividad, digamos pues, de su Mismidad (en términos levinasianos).

La catástrofe psíquica que vivió S. Ignacio después de la bala de cañón no fue, entonces, un trauma en sí mismo, sino que en este preciso momento biográfico se condensaron una serie de factores de riesgo individuales previos, tanto inmediatos como mediatos, tales como un “elevado neuroticismo”, depresión, muerte parental en la primera infancia, y “una historia familiar de ansiedad y comportamiento antisocial”. Otros factores de riesgo se encuentran relacionados con el género, la edad, la educación, traumas infantiles, adversidad en la infancia (deprivación afectiva por pérdida parental), exposición previa traumas, trastorno psiquiátrico preexistente, antecedentes personales en la adultez, exposición a diferentes traumas y eventos vitales adversos, factores que se encuentran en la vida de S. Ignacio.

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