martes, 17 de febrero de 2009

Epifanía de lo absurdo


Por Miguel Angel Pichardo Reyes

El viraje mítico del “Principio y Fundamento”
San Ignacio remite al ejercitante, al final de la segunda semana, en el “preámbulo para hacer elección”, al “principio y fundamento”; construcción mítica en la operación mística ignaciana para neutralizar las potencias del sujeto, no como negación, sino como reorganización de las coordenadas sobre las cuales el fantasma desea y pulsiona hacia el supuesto objeto. ¿Qué es el “principio y fundamento” sino el viraje mítico de una novela donde se traspone el complejo edípico en una función de pasaje que lo lleva más allá del Edipo? No es precisamente un post-edipo, antes bien un procedimiento neurótico donde el sujeto logra traspasar la fantasía que oculta su falta para encontrarse con sus orígenes míticos y arcaicos representados en esta proposición escolástica. El “fin” de la ex-istencia del sujeto se resume en el “servicio y alabanza”, acción por demás inútil, si se me permite tal expresión, ya que dicho acto no viene en beneficio de la divinidad, y sí en detrimento del “yo” del sujeto, porque no sólo reduciéndolo a la condición de súbdito y esclavo, sino porque su misión se reduce a un acto de redundancia, a un sin-sentido donde el Dios-creador se regocija en su posición de Amo narcisista.

El lugar del supuesto-saber-de-Dios
La reducción al absurdo de esta premisa escolástica nos invita a suponer otra lógica, y esta puede plantearse más bien desde el lugar del ejercitante y no desde el supuesto lugar de Dios, el cual es sólo una carnada que lleva al absurdo del sinsentido. El “servicio y alabanza” no es pues un acto de caridad hacia Dios, como si éste lo necesitara, sino un acto de caridad del sujeto hacia sí mismo, una donación que realiza el propio sujeto, no como una autodonación, sino sólo a través de un procedimiento donde la carnada del “principio y fundamento” coloca al sujeto frente a la inscripción de su misión, encontrando con esto, o a través de esto, el lugar asignado por el sistema de producción espiritual, necesario para ingresar en el dispositivo de los Ejercicios Espirituales. El “principio y fundamento” es la carnada que hace que todo el dispositivo espiritual funcione, es el primer momento de despojo, pasaje iniciático donde la arbitrariedad del texto que lleva al sujeto, de la ecuanimidad a lo absurdo, y de lo absurdo al sentido de gratuidad que proporciona el texto. La asunción del “principio y fundamento”, en todo caso, no es racional, esto es, no hay elección posible, sólo asunción de lo absurdo de una arbitrariedad.

Réquiem por la “racional choice”
Para entender la originalidad y radicalidad de la elección ignaciana habría que tomar distancia de lo que actualmente se entiende por elección, ya que ésta, más que ser un procedimiento racional de ponderación y libre elección ante una serie de objetos, es sobre todo el final de un camino de múltiples despojos y mutaciones por las cuales transita la subjetividad nómade del ejercitante. Con esto queremos apuntar al hecho de que la elección no es un punto de partida, un principio o presupuesto, ni un acto administrativo, sino que es una producción de cierta posición de sujeto y de constitución de subjetividad. Los lugares por los cuales transita el peregrino espiritual son sobre todo lugares de despojo, camino de desarraigo que culmina con la elección ignaciana de segunda semana que conduce a la unión divina (théosis), ya que ésta se presenta como producto de este camino de despojos y vaciamiento; ni como principio ni como fin, sino como producto de un proceso de desarraigo y exilio. Siguiendo a Melloni, “La elección así entendida –como búsqueda (discernimiento) y entrega a la voluntad de Dios- es lo que creemos que da a la mistagogía de los Ejercicios su especificidad.” (Melloni: 2001, p. 27)

El [sujeto] entre corchetes
Formulado de forma más específica, la elección en los Ejercicios Espirituales es el producto de un proceso de desnudamiento subjetivo, pero dicha producción no es la elección en sí, sino la condición-efecto que produce en la ontología del sujeto; un sujeto despojado, puesto entre corchetes, liberado en la santa indiferencia frente a los apegos hacia las cosas de este mundo; “nuestra intención debe ser simple, solamente mirando para lo que soy criado, es a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima, y así, cualquier cosa que yo eligiere debe ser a que me ayude para al fin para que soy criado, no ordenando ni trayendo el fin al medio, mas el medio al fin.” [EE 169]

Lugares de deshechos
Los Ejercicios Espirituales marca, en una orquestación de señales, un itinerario de lugares de despojo, a su vez, también se realiza el proceso de producción, teniendo como material, la constelación de residuos subjetivos que se van acumulando en el transcurso de estos estadios. La producción subjetiva en la mistagogía ignaciana se realiza de los deshechos de esos lugares de despojo. El sujeto saturado (Gergen) es vaciado de la sobrecarga simbólica que oprime el psiquismo de un sujeto atado a las leyes y prerrogativas del mercado. La demarcación simbólica del sujeto, ahí donde adviene representante, es el procedimiento ideológico de los Ejercicios Espirituales, también conocido como abnegación y humildad, o como desubjetivación ideológica (Althusser). El sujeto transita por estos lugares donde poco a poco se le va colocando frente a su Verdad: con su falta-en-ser, en su carencia como sujeto. El despojo deviene abyección de lo más preciado por el sujeto, esto es, su arraigo en el circuito simbólico que lo demarca y lo diferencia de los otros, actuando para la mirada del Otro. La desnudez del sujeto deja transparentar su falta y la sujeción, pero también adquiere la lucidez, si se quiere mística, de observar la ausencia del objeto al cual se encuentra atado, señal obvia de su propia carencia constitutiva, de su estatus especular en la trama imaginaria donde se desenvuelve su mundo.

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