
Por Miguel Angel Pichardo Reyes
Contra el cogito occidental
El diálogo se ha erigido como la bandera y el frente troyano de la tolerancia. Los requerimientos solicitados por los observantes de dicho enmascaramiento advierten sobre la impertinencia diplomática de la intolerancia, y en general de todo dogmatismo o fundamentalismo que atente contra el núcleo fundamental del edificio ideológico posmoderno: el relativismo de la verdad. No pretendemos hacer una apología de la veritas, pero sí de la verdad como real inconmensurable a la simbolización del cogito occidental, esto es, el núcleo de verdad que escapa a la dominación del pensamiento.
El otro hist-erotizado
Sin más artimañas domésticas, la tolerancia es hoy una de las armas ideológicas del pensamiento único, o si se quiere, de los cultural studies norteamericanos. Con el supuesto axiológico del encuentro con el otro: negro, mujer, judio, indígena, migrante, pobre y explotado, los estudios poscoloniales y posfeministas presentan un panorama del otro sumamente hiterotizado. No es de extrañar, y mucho menos de ocultar, la vinculación simbiótica que se ha producido entre la tolerancia, el diálogo intercultural, la democracia y los derechos humanos, que tras la mascarada del progresismo y el compromiso político se neutraliza políticamente al otro en tanto radicalmente otro, reduciéndolo a la mismidad de objeto folklórico de consumo, respondiendo al coqueteo del ethos capitalista, digiriéndolo en su exterioridad, para finalmente quedar reducido a souvenir: artesanía dispuesta estéticamente a mostrar, especularmente, la suave hospitalidad del otro en tanto noble, espiritual y diferente.
La mirada obscena del Otro simbólico
La neutralización política del otro por parte de la tolerancia se esgrime como un cuchillo bien afilado sobre la mantequilla. La tolerancia supone un complejo dialéctico que se configura en la mirada obscena del Otro simbólico. Extrañamente, el gran Otro simbólico lacaniano se contrapone a la heteronomía del otro-totalmente-otro levinasiano. La mirada obscena del Otro simbólico con respecto a la heteronomía del otro es operada a través de la transformación de la función paterna, esto es, de la castración simbólica que instituye la ley de la castración como economía del deseo.
La mirada prohibitiva
La tolerancia como un símil de la mirada paterna es posible ubicarla en la versión perversa de la ley del deseo, esto es, en la interpretación perversa de la castración. En la versión neurótica de la castración, la ley interdictora ordena no desear, asumiendo la castración en la renuncia al goce absoluto (imposible). Esta ecuación neurótica nos retrotrae a la cosmovisión paradigmática de la mirada prohibitiva del padre con respecto al acceso del goce absoluto: castración simbólica que actualiza la finitud humana. Es ésta una mirada no tolerante, que se desenvuelve contra el deseo del sujeto, oponiéndole resistencia, limitándolo en su carencia de ex-istencia. Se trata pues, del paters familia que ostenta el lugar de Ideal del Yo.
La verdad parcial del sujeto
La castración permite el establecimiento del deseo, de aquí que el falo sea significante y presente la verdad parcial del sujeto. La castración tiene dos caras, una positiva, en tanto que la erección del significante posibilita el paso al deseo, y la negativa, donde el significante presentifica la pulsión de muerte. La castración sería la ley que ordena el deseo humano como verdad parcial, coartando el ejercicio del principio de placer para introducir el principio de realidad.
El padre simbólico
En la castración simbólica el sujeto no es privado de su pene (castración real), sino que en ésta se da una falta simbólica, siendo ésta la verdadera castración, introduciendo el orden de la ley. De aquí que la ley se encuentre relacionada con la función del Padre; padre de la castración. El padre simbólico (el Ausente) es el instituyente del mundo, el padre de la ley. La castración tiene la función de constituir al sujeto en tanto sujeto de la ley. Y es en el padre real, en cuanto sujeto deseante, como la castración adquiere sentido, ya que el sujeto deseante se encuentra marcado por una identificación simbólica con el Ideal del Yo (lugar del padre real).
El imperativo del goce
La intolerancia por excelencia nos la proporciona la mirada del paters, la cual preconiza el advenimiento del sujeto barrado, tachado por el Otro, llamado, desde el Nombre-del-Padre, a la existencia en el mundo. Es esta intolerancia la que limita el deseo, el acceso irrestricto al goce sexual. A la tolerancia podemos ubicarla en la ecuación perversa de la ley del deseo, pues en ésta se presentifica la verdad del Superyo, el imperativo del goce, llamada al goce sexual absoluto, a la no-castración. Con el mismo talante posmoderno del capitalismo global, el mercado llama, exige al sujeto: ¡Goza! El derecho que tienen los sujetos en el marco del libre mercado es el de gozar más allá de los límites, trasgrediendo las leyes y las normas sociales, lo único que importa es vivir el aquí y el ahora, siendo tolerantes con el goce de los otros, en tanto derechohabientes reconocidos por su capacidad adquisitiva de hipermercancías.
La violencia sacra del goce del Otro
¿No es acaso la tolerancia una de las astucias de la violencia sacra que oficia el sacrificio cruento de la víctima en ofrecimiento para mayor goce del Otro? ¿No responde esta mirada tolerante de los derechos humanos, en tanto discurso ideológico, al imperativo sadiano que recusa la experiencia de la falta-en-ser, de la ley de la castración que fija la negatividad y finitud del sujeto del significante? Es este pues, el imperativo categórico del libre mercado, en sintonía con su frente cultural, aquel empeñado en no reconocer en la mirada complaciente su reverso obsceno de la ley Superyóica que suscita el sacrificio de los héroes para la salvación de un pueblo.
Contra el cogito occidental
El diálogo se ha erigido como la bandera y el frente troyano de la tolerancia. Los requerimientos solicitados por los observantes de dicho enmascaramiento advierten sobre la impertinencia diplomática de la intolerancia, y en general de todo dogmatismo o fundamentalismo que atente contra el núcleo fundamental del edificio ideológico posmoderno: el relativismo de la verdad. No pretendemos hacer una apología de la veritas, pero sí de la verdad como real inconmensurable a la simbolización del cogito occidental, esto es, el núcleo de verdad que escapa a la dominación del pensamiento.
El otro hist-erotizado
Sin más artimañas domésticas, la tolerancia es hoy una de las armas ideológicas del pensamiento único, o si se quiere, de los cultural studies norteamericanos. Con el supuesto axiológico del encuentro con el otro: negro, mujer, judio, indígena, migrante, pobre y explotado, los estudios poscoloniales y posfeministas presentan un panorama del otro sumamente hiterotizado. No es de extrañar, y mucho menos de ocultar, la vinculación simbiótica que se ha producido entre la tolerancia, el diálogo intercultural, la democracia y los derechos humanos, que tras la mascarada del progresismo y el compromiso político se neutraliza políticamente al otro en tanto radicalmente otro, reduciéndolo a la mismidad de objeto folklórico de consumo, respondiendo al coqueteo del ethos capitalista, digiriéndolo en su exterioridad, para finalmente quedar reducido a souvenir: artesanía dispuesta estéticamente a mostrar, especularmente, la suave hospitalidad del otro en tanto noble, espiritual y diferente.
La mirada obscena del Otro simbólico
La neutralización política del otro por parte de la tolerancia se esgrime como un cuchillo bien afilado sobre la mantequilla. La tolerancia supone un complejo dialéctico que se configura en la mirada obscena del Otro simbólico. Extrañamente, el gran Otro simbólico lacaniano se contrapone a la heteronomía del otro-totalmente-otro levinasiano. La mirada obscena del Otro simbólico con respecto a la heteronomía del otro es operada a través de la transformación de la función paterna, esto es, de la castración simbólica que instituye la ley de la castración como economía del deseo.
La mirada prohibitiva
La tolerancia como un símil de la mirada paterna es posible ubicarla en la versión perversa de la ley del deseo, esto es, en la interpretación perversa de la castración. En la versión neurótica de la castración, la ley interdictora ordena no desear, asumiendo la castración en la renuncia al goce absoluto (imposible). Esta ecuación neurótica nos retrotrae a la cosmovisión paradigmática de la mirada prohibitiva del padre con respecto al acceso del goce absoluto: castración simbólica que actualiza la finitud humana. Es ésta una mirada no tolerante, que se desenvuelve contra el deseo del sujeto, oponiéndole resistencia, limitándolo en su carencia de ex-istencia. Se trata pues, del paters familia que ostenta el lugar de Ideal del Yo.
La verdad parcial del sujeto
La castración permite el establecimiento del deseo, de aquí que el falo sea significante y presente la verdad parcial del sujeto. La castración tiene dos caras, una positiva, en tanto que la erección del significante posibilita el paso al deseo, y la negativa, donde el significante presentifica la pulsión de muerte. La castración sería la ley que ordena el deseo humano como verdad parcial, coartando el ejercicio del principio de placer para introducir el principio de realidad.
El padre simbólico
En la castración simbólica el sujeto no es privado de su pene (castración real), sino que en ésta se da una falta simbólica, siendo ésta la verdadera castración, introduciendo el orden de la ley. De aquí que la ley se encuentre relacionada con la función del Padre; padre de la castración. El padre simbólico (el Ausente) es el instituyente del mundo, el padre de la ley. La castración tiene la función de constituir al sujeto en tanto sujeto de la ley. Y es en el padre real, en cuanto sujeto deseante, como la castración adquiere sentido, ya que el sujeto deseante se encuentra marcado por una identificación simbólica con el Ideal del Yo (lugar del padre real).
El imperativo del goce
La intolerancia por excelencia nos la proporciona la mirada del paters, la cual preconiza el advenimiento del sujeto barrado, tachado por el Otro, llamado, desde el Nombre-del-Padre, a la existencia en el mundo. Es esta intolerancia la que limita el deseo, el acceso irrestricto al goce sexual. A la tolerancia podemos ubicarla en la ecuación perversa de la ley del deseo, pues en ésta se presentifica la verdad del Superyo, el imperativo del goce, llamada al goce sexual absoluto, a la no-castración. Con el mismo talante posmoderno del capitalismo global, el mercado llama, exige al sujeto: ¡Goza! El derecho que tienen los sujetos en el marco del libre mercado es el de gozar más allá de los límites, trasgrediendo las leyes y las normas sociales, lo único que importa es vivir el aquí y el ahora, siendo tolerantes con el goce de los otros, en tanto derechohabientes reconocidos por su capacidad adquisitiva de hipermercancías.
La violencia sacra del goce del Otro
¿No es acaso la tolerancia una de las astucias de la violencia sacra que oficia el sacrificio cruento de la víctima en ofrecimiento para mayor goce del Otro? ¿No responde esta mirada tolerante de los derechos humanos, en tanto discurso ideológico, al imperativo sadiano que recusa la experiencia de la falta-en-ser, de la ley de la castración que fija la negatividad y finitud del sujeto del significante? Es este pues, el imperativo categórico del libre mercado, en sintonía con su frente cultural, aquel empeñado en no reconocer en la mirada complaciente su reverso obsceno de la ley Superyóica que suscita el sacrificio de los héroes para la salvación de un pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario