lunes, 27 de julio de 2009

Místicos sin fronteras


Por Miguel Angel Pichardo Reyes

Heteronomía radical
La mística puede considerarse como una herejía sui generis. Herejía no sólo por el hecho de suspender en la “nube del desconocimiento” la doctrina teológica y relativizar las mediaciones sociológicas de la institución religiosa, sino por anteponer una experiencia inefable con el otro-totalmente-Otro (Levinas), a los consensos de la tradición religiosa y a los dictados de sus respectivos líderes. La herejía mística no consiste en negar o contraponer un artículo de fe (lo que sería propiamente herejía), o en proponer uno alternativo (tal como ciertos revisionismos), en generar su propia religión (en el caso de los cismas y sectarismos), sino en denunciar como falsificación a toda estructura que posibilite el enquistamiento de la revelación en una doctrina o dogma, como desviación idolátrica de la radical y transformadora experiencia de Dios. Por esto mismo también podemos afirmar que la mística no puede ser una herejía (por lo menos en cuanto a la negación o desviación de la doctrina), porque simplemente su campo no se circunscribe al ámbito discursivo de la recta doctrina (ortodoxia), sino que la trasciende, como quién es ajeno o indiferente a ésta, antes bien, sirviéndose de la doctrina más que servirla; liberándose de ella en cuanto propiedad, seguridad y poder (la doctrina atrapa, mientras que la Palabra, libera). De esta forma los místicos siempre han estado al margen sociológico de la institución, en los linderos discursivos de la doctrina y en las fronteras ideológicas de la teología, y por eso han sido vistos con sospecha, recelo y suspicacia, ya como locos, como herejes o como santos. Cualquier inquisición sobre esta condición es inútil sin antes haber experimentado (por parte del propio inquisidor) los insondables campos de la hondura, la nada, la vacuidad, el abismo, los arrebatos o el éxtasis, producto de la “oración del corazón”, de la “contemplación simple” o de la “danza extática”. Cualquier persecución es vana, no sólo porque las fronteras de las religiones y de los prejuicios culturales se desdibujan, sino porque dicha persecución forma parte de la propia experiencia mística, o por lo menos de aquella que se asume como profética; una mística de la persecución ante los ídolos de la muerte.

Los que están-en-ninguna-parte
La mística, y en todo caso, los místicos o los movimientos místicos (si es que es posible algo así), no son equiparables a las herejías históricas de escuelas, corrientes o doctrinas, o de iglesias, sectas y líderes. Por ejemplo, no se les puede acusar a los místicos de negar la divinidad de Jesús, la virginidad de María o la infabilidad del Papa, aunque tampoco podría afirmarse que asumen estos dogmas o doctrinas como lo haría un teólogo, un filósofo o un creyente. No, simplemente el místico suspende cualquier juicio racional, teológico, moral, óntico o escatológico, y lo subordina a la experiencia inefable del encuentro traumático con lo real (Zizek) de Dios en tanto misterio. No es que el místico se encuentre fuera de toda doctrina, razón o cultura, sino que simplemente el místico se encuentra simbólicamente dislocado, se encuentra en un no-lugar (Augé) no definible e indecible, atrapado en un excedente que lo desborda y lo coloca más allá de las coordenadas sobre las cuales se ratifica el orden social vigente. El místico esta “en-ninguna-parte”. El excedente de la mística que desborda los códigos simbólicos es aquello que se encuentra en los más íntimamente íntimo y en lo más externamente externo, es lo extimio (Lacan). Esa sustancia por la cual se es penetrado y atravesado en la hondura del sujeto y que lo destierra de lo más propio, exiliándolo en el lenguaje inefable de una balbuceante poética mística, única posibilidad de intelección desde el corazón. De esta forma, la mística no es una herejía, aunque ha habido místicos herejes, pero no por ser místicos, sino porque creían formular una nueva doctrina sobre la base de su experiencia mística que llegaba a contradecir un dogma o todo el sistema de creencias al cual se encontraba adscrito, llegando a un “alumbrismo”, “iluminismo” o “quietismo”. Muchos místicos han sido presa del sectarismo, el fundamentalismo y del cisma, engaño viable que se le presenta a todo místico; la tentación de poseer la verdad o de asumirse como los elegidos, producto de una patología pseudomística.

Místicos en frontera
De la experiencia mística también se deriva un serio cuestionamiento a la estructura antropológica religiosa que soporta el imaginario del occidente cristiano, sobre todo en lo que concierne a priorizar el “buen decir” sobre una fórmula de fe para ser buen cristiano (especie de cristianismo cognitivo), o el cumplimiento de ciertos códigos sociales (cristianismo sociológico) y normas morales (cristianismo moral) para alcanzar la salvación, falsificando con esto, desplazando y anteponiendo, una doctrina a una experiencia, o suplantando una institución por la Verdad traumática de lo real de Dios. Lo profético del místico es un cuestionamiento al orden social vigente que se revela como hechura del adversario al proyecto de salvación. La negatividad (Adorno) mística no se reduce a lo indecible de la experiencia y a toda resistencia por definir y atrapar a un dios (en lenguaje o imágenes), sino en realizar una crítica al sistema que suplanta y expropia el núcleo traumático de Verdad que se encuentra en el centro de una experiencia mística con lo real traumático de Dios. Los sistemas religiosos de occidente (católicos o reformados) suavizan la Verdad traumática, a tal punto que la falsifican, trayendo consigo una adaptación a los códigos de la hegemonía ideológica. La negatividad crítica del místico profético es materialista (Dussel), ya que es desde la exterioridad del sistema (Levinas), desde ese no-lugar “en-ninguna-parte”, que se puede realizar una crítica materialista al sistema hegemónico como generador de muerte, esto es, revela al orden moral vigente como asesino: genocida, etnocida, ecocida, feminicida.

La exterioridad como no-lugar
El lugar teofílico de la mística es el no-lugar (Melloni) de la negatividad material del sistema. La exterioridad como margen y exclusión del acceso a la vida en su complejidad material y espiritual. La “opción por los pobres” es ante todo una elección mística, y como tal, se trata de un despojo radical, que va desde lo material, pasando por lo simbólico, hasta llegar al despojo místico; la nada, la vacuidad, el abismo, la liberación total. Este no-lugar es el u-topos de los pobres y despreciados, de los ignorantes y torturados, de las violadas y asesinadas, de las explotadas y los oprimidos. De los que no tienen nombre, de los sin-techo, de los sin-tierra, de los sin-trabajo, de los sin-rostro. De los que sobran y son colocados como desperdicio del sistema. Éste y no otro es el locus místico-profético. El místico no puede ser místico sino se hace pobre, sino se despoja radicalmente hasta de su propia voluntad, quedando en la desnudez franciscana y en la vacuidad budista.

Ese no-lugar negativo-material es una frontera, son los márgenes, las orillas, los linderos sociológicos y económicos. Las fronteras de la conciencia que propone extinguir la noética (Wilber) no son suficientes. Expandir la conciencia no es suficiente si no se expande a su vez la conciencia de clase. Los movimientos de expansión de la conciencia de la Nueva Era chocan con la frontera material de la pobreza, la exclusión y la muerte. El neomisticismo profético no se ciñe a una experiencia placentera de trascendencia, sino que se inserta en ese “en-ninguna-parte” que arrastra al olvido, la desesperanza y la muerte a millones de almas humanas, haciéndose pobre con los pobres, perseguido con los perseguidos, despreciado con los despreciados, excluido con los excluidos (San Ignacio de Loyola), anonadándose y negándose a sí mismo.

Poética del despojo
La espiritualidad ignaciana de occidente ha sido poco valorada en su hondura mística y profética. Ser “contemplativos en la acción” sería la consigna condensada que serviría de plataforma para romper con los “quietistas” y los “activistas”, teniendo como paradigma la “elección mística” (Melloni) que San Ignacio de Loyola propone en sus Ejercicios Espirituales. La elección que realiza el místico no es otra más que la elección radical de despojo que realiza Dios en su encarnación (kénosis), y posteriormente en la elección frente a su pasión, encontrándonos así con un Dios despojado y asesinado (Bultman). La elección mística-ignaciana es ante todo una elección frente a la realidad, no una elección interior sin implicaciones ético-políticas, es una elección donde se juega la propia vida frente al sistema de pecado. El místico ignaciano arriesga su propia vida material en pos del proyecto de Dios, accediendo de esta forma al martirio que trae consigo el seguimiento de Jesús pobre y crucificado. El místico corre el mismo destino que los condenados de la tierra (Fanon), de los perseguidos y calumniados. El místico ignaciano es un “contemplactivo” en el Amor radical del evangelio del Dios despojado en su encarnación-pasión-resurrección. Seguimiento de un Dios otro-totalmente-Otro, no reductible a ritos, dogmas e instituciones, mucho menos a la propia manipulación. Un Dios Otro que supone el despojo propio que permite un “dejarse” conducir por Aquel en los caminos insondables e insólitos del amor que obra justicia.

Nomadismo místico
La suspensión que proyecta el locus místico no supone un idealismo o abstracción desencarnada, o un desdeñamiento de la tradición y la cultura (especie de anti-intelectualismo); un estar “fuera” del mundo (fuga mundi). Muy al contrario, el místico se encuentra en el mundo, más bien, en el trauma del mundo (trauma mundi), ahí donde la totalidad del mundo se fractura, esto es, no es una “estancia” pacífica en el mundo, sino una “estancia” crítico-profética frente al mundo en cuanto representación y apariencia que atrapa y esclaviza al sujeto. El místico esta comprometido con un sistema, vive en instituciones, labora en colaboración con otros, participa de un código común, y sin embargo no se identifica con ellos, no los absolutiza ni se somete a ellos, y aún así decide formar parte de ellos. El místico puede asumirse como reformado, católico, pentecostal, evangélico, o musulmán, hindú, budista, esotérico, o ateo, laico, libre pensador, o humanista, libertario, comunista, socialista. El místico es consciente de todo aquello que lo determina, pero a su vez asume una “posición” nómade (Braidotti) con respecto a estos lugares, entendiéndolos como lugares liminares, de paso, de transición.

El nomadismo místico logra habitar esos lugares como espacios de transición donde es posible experimentar la Verdad traumática, donde es posible realizar un diálogo más allá de las doctrinas, los dogmas, las identidades, las filiaciones o las ideologías (Johnston). El nomadismo le permite al místico una cierta universalidad. La primera universalidad es la de la conciencia, la segunda es la de clase, la tercera es la ideológica. El místico es un hereje, un pobre y un nómada. No salta de un lugar a otro, sino que se transmuta, se incardina en esos lugares, buscando la Verdad traumática que se presentifica y se oculta en cada habitus cultural e ideológico. El místico es un nómada de lo real traumático que oculta, reprime y abyecta cada cultura, sistema y sociedad. El no-lugar le posibilita sobrevolar sobre todos aquellos terrenos donde la religión delimita su estancia simbólica. El diálogo religioso, no aquel de los doctos y sabios, sino ese que se realiza como un compartir eso o aquello sagrado y trascendente que habita en el “corazón”, ese pisar sobre la tierra sagrada del no-lugar compartido, donde los códigos indecibles y poéticos de la experiencia con lo real traumático de la Verdad los convoca al encuentro en el silencio y al caminar por el sendero de la lucha por la justicia, la paz y la tierra prometida.

Subversión de los márgenes imaginarios
El nomadismo traza un itinerario de múltiples despojos, si se quiere, una trasgresión a los límites impuestos por las instituciones socioreligiosas, y en este sentido, el nómada transcurre por este mundo sin fronteras, haciendo realidad una utopía revolucionaria, el de la igualdad radical, ya que la distinción es subvertida por la suspensión del juicio y la acogida amorosa de un corazón limpio y purgado. La trasgresión de los límites religiosos resulta amenazador para cualquier institución o grupo humano, ya que esto trae consigo un cuestionamiento de la propia identidad y de los fundamentos míticos (De Certeau) sobre los cuales se erige. Es en este cuestionamiendo donde el místico, como en el cuento de Andersen, logra ver la desnudez del Rey ahí donde los súbditos “dicen” ver vestidos y joyas. La “docta ignorancia” del místico de su “nube del desconocimiento”, le permite una cierta libertad y la suficiente distancia político-ideológica como para realizar una crítica desde lo más diáfano de la realidad.

San Ignacio de Loyola, poeta de la acción contemplativa, peregrino nómade de las profundidades del espíritu, es un paradigma de esta trasgresión de las fronteras, siendo el siglo XVI, un siglo a lo sumo paradójico en este aspecto, ya que mientras se rompían fronteras, a su vez se conquistaban otras. San Ignacio no sólo realiza esa travesía iniciática por los lugares geográficos, sino que exiliándose a sí mismo, es acogido por lo Alto y conducido por senderos inhóspitos que lo orillan a un constante despojamiento de sus afectos desordenados, de sus pasiones descontroladas, de su debilidad carnal. Es el Ignacio místico que logró vencer las fronteras interiores que obstaculizaban el encuentro con el Otro en lo más extimio de su corazón. Recorrido purgativo que lo llevó como niño, hacia la iluminación de la conciencia y el corazón, y de ahí a la unión mística en el mundo.

1 comentario:

Nicodemo Barlaam Ro dijo...

La experiencia mística, definitivamente, es la experiencia itinerante de nuestra opción por vivir la vida. En mi viaje a Argentina conocí a un monje de la Isihia, o aquellos que practican las técnicas hesicastas. Sería interesante luego platicar.
Sin embargo ¿Porqué abordar una mística desde la herejía? ¿Qué no su fin es llegar a la Unidad de ese Todo con el Gran Otro desde esta otroriedad?